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Los “Cuentos Militares” de Olegario Lazo, Ignacio Valente

  • Foto del escritor: Jesus González Honorato
    Jesus González Honorato
  • 18 jun 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 22 jun 2020



Están, sin duda, entre los mejores cuentos de nuestra historia literaria. Así, como Juan Emar es la cumbre del relato fantástico en Chile, así como Joaquín Edwards no ha sido superado en sus crónicas, así también la forma clásica del cuento corto encuentra en Olegario Lazo al maestro indiscutido. Sus “Cuentos Militares”, que hoy reedita Zig-Zag, forman parte del escaso número de obras en prosa que, en la letras nacionales, pueden equipararse al verso de nuestros grandes poetas. Yo confieso - ¡Mea culpa! – que no conocía sino dos o tres de estos relatos, los que suelen figurar en las antologías, y desde luego “El padre”, esa obra maestra que encierra en brochazos de diáfana sencillez una sobrecogedora emoción. Pero estos dos apretados volúmenes contienen setenta y tantos cuentos de calidad semejante, que he devorado con avidez y asombro, un poco avergonzado de esta apreciación tardía – el autor murió en 1964 – y siempre maravillado de su nivel parejo, que nunca decae, y que a ratos se eleva hasta soportar la comparación con los maestros franceses e ingleses del género.

La historia del autor es ya bien conocida: puede leerse, entre líneas, en sus varios cuentos de sabor intensamente autobiográfico, y Alone ha vuelto sobre ella con su perspicacia habitual. Olegario Lazo, oficial de caballería, excelente jinete, sufre en una prueba ecuestre el accidente que troncha su carrera de las armas y – pasado el tiempo, por la fuerza de la nostalgia – da origen al escritor. Alone lo ha dicho en forma inmejorable: es el perfecto narrador, el que tiene algo que contar y lo cuenta; el austero militar, del todo ajeno al narcisismo de los cenáculos literarios, que escribe con la fuerza imperativa de la experiencia y con una suerte de laconismo marcial; no porque quiera ser escritor o mirarse en el espejo de la literatura, sino porque tiene mucho que contar, porque un día el antiguo soldado presencia un desfile militar, los recursos lo invaden con dolorosa nostalgia y su mujer le sugiere: “¿Por qué no escribe algunas de sus impresiones militares?”

El hombre, por lo demás, se adivina tras de cada uno de sus cuentos en toda su estatura moral: sobrio, viril, portador de esa mística particular que, dentro del ejército, es el sello propio de la caballería; comprensivo espectador de la naturaleza humana a la vez que hombre exigente, consigo mismo tanto y más que con sus subalternos; marido siempre enamorado de su mujer, católico ferviente, patriota con sentido universal; óptimo jinete, dotado de ese amor y afinidad con el caballo que solo pueden comprender quienes la sienten. Ese es el narrador y protagonista de estos cuentos, escritos casi siempre en primera persona, con lenguaje directo y desnudo, sin artificios. Su mundo narrativo, limitado a los cuarteles, a la vida militar de la guerra y de la paz, puede parecer estrecho, pero no lo es para quien sabe desplegarlo como un microcosmos, como un pequeño universo donde caben y se dan, con particular fuerza, todas las grandezas y miserias de la condición humana.

Porque el autor no idealiza, no es moralizante, no sublima los hechos, casi se diría que no inventa; le basta describir lo vivido y lo visto, lo experimentado y lo oído, a veces con un descarnado realismo que revela a las claras lo deficiente de personas e instituciones. Y precisamente por ese camino, sin impostar la voz, sin proponerse otra cosa que narrar, su relato destila el aura de nobleza y lealtad, de coraje y rectitud, de hombría y disciplina, que se asocia a la vocación de las armas en general, y en particular a la caballería. Y no es la menor sorpresa del lector el encuentro con la cordial y soterrada emoción que encierran estos cuentos; la finísima sensibilidad que ellos manifiestan, para lo humano y lo equino, para vencedores y vencidos, para hombres y mujeres, para esa amplia y variada humanidad que vive, sufre, goza, muere y sobrevive alrededor de las armas. Cuentos de guerra, episodios de la vida ecuestre, asuntos domésticos y amorosos, anécdotas del reclutamiento, de la equitación, de las horas de casino, aventuras de armas y de mujeres, historia y fantasía, componen el riquísimo mosaico de los “Cuentos Militares”.

Queda dicho que su primer atractivo es la falta de todo artificio literario. El autor alcanza esa forma suprema de la literatura que consiste en abolirse a sí misma como artificio; posee el don máximo de la naturalidad. Quien escribe así, puede darse el lujo de no tener “recursos”, de carecer de toda técnica: le basta ponerse a narrar. La fuerza parece entonces venir directamente del asunto, de los personajes, de sus emociones, de los eventos. Olegario Lazo posee el don de la transparencia. Una sola objeción me permito hacer a su lenguaje: de vez en cuando – pocas veces por fortuna – el autor abandona esa diáfana sencillez y se cree quizá en la obligación de pagar algún tributo a la “literatura”; entonces cae en figuras retóricas de dudoso gusto. Por ejemplo: “Las calles, fangosas calles de aldea grande, con aceras llenas de trampas y peligros, alumbradas por escasos y empañados faroles de parafina, estaban negras como la consciencia de un prestamista judío”. “Era un caballero que, como la mujer casada sin aventura amorosa que desgarre la armonía y moralidad del matrimonio, no había dado nunca que hablar…” De este tipo son las escasísimas caídas de un estilo que, a lo largo de muchas páginas, se dispensa de todo artificio y posee la singular propiedad de no hacerse sentir.

A la vista de estos cuentos, piensa uno en los exasperados esfuerzos que hacen tantos narradores de la nueva generación por alcanzar la innovación formal, por manejar la “corriente de la conciencia”, el monólogo interior, el lenguaje coloquial, el correlato objetivo, el sentido mítico etc. No puede desconocerse el valor de esas búsquedas; pero, leyendo a un autor como Olegario Lazo, no puede evitar uno el pensamiento de que la buena prosa narrativa consiste -todavía- en tener algo que contar, y contarlo: nada más, nada menos. Tal vez por eso mismo los críticos tienen poco que decir sobre la forma de estos relatos, como no sea resaltar su magnífica simplicidad; y los críticos que están al día -y que profesan distintas variedades del estructuralismo- no tienen prácticamente nada que decir. ¿Cómo hablar del punto de vista narrativo, de los niveles de significación, o de la estructura diacrónica, a propósito de unos cuentos sin trampa ni cartón, y que solo pueden llamarse buenos, óptimos, de tan buena ley que no cabe sobre ellos ninguna monserga erudita? He allí la mejor prueba de su calidad. Cuando se puede recrear la vida con la sencillez verbal y con la nobleza moral de Olegario Lazo, todo lo demás sobra. Al lector le basta con saborear esos espléndidos jirones de la vida militar, esos breves y substanciales atisbos del corazón humano (y del corazón equino) y esos episodios inolvidables de nuestra historia castrense, que nos brindan estas casi quinientas páginas, buenas entre las mejores de la literatura chilena.


Info para profesores:

Nivel léxico: #Formal, las palabras más elevadas no siempre pueden inferirse del contexto. Aún así no entorpecen necesariamente la comprensión, aunque conocer su significado enriquece mucho la lectura.

Nivel morfosintáctico: Simple con #algunasfrasescomplejas

Temas: valor de la obra de #OlegarioLazo, valor y dificultad de #escribirconsencillez, cómo narrar, #artedenarrar, vida de un #militar, #narrativalatinoamericana, #literaturalatinoamericana, #críticaliteraria.

Estructura u organización textual: Predecible (Se apega a la estructura tradicional del género)

Relevancia dentro del curriculum escolar (donde 1=optativa y 5=imprescindible): #uno

Tipo de lector recomendado: #desde15añosLectorexperimentado, #desde17añosLectorprincipiante.

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